Dice un viejo proverbio que: Al amigo la mano, al enemigo el palo y, al indiferente…, la legislación vigente.
En otras palabras, tienes que combatir a tu enemigo, salvo que huya, en cuyo caso otro refrán dice que: A enemigo que huye, puente de plata.
De lo que se trata es de que sepas quien es tu enemigo. Porque, generalmente, tu enemigo se disfraza e intenta aparecer como tu benefactor, no vaya a ser que te equivoques y se produzca lo que, en términos bélicos, se denomina «fuego amigo».
Una de las herramientas que utiliza tu enemigo para disfrazarse es la demagogia, esa forma de hablar con la que te dicen lo contrario de lo que tú piensas, pero te lo cuentan de forma que te hacen penar que el equivocado eres tú.
Y, de esa manera, te hablan de la caridad para con los demás; a tí que llevas toda tu vida preocupándote por los que te rodean. Y te apuntan con el índice acusador de su dedo, acusándote de insolidario.
Pero, ¿Qué hay en el fondo de toda esta parafernalia?.
Pues es simple, amigos míos, nuestro enemigo ha decidido, desde hace ya tiempo, enfrentarse a nosotros con la astucia en lugar de con la fuerza. Y, paradójicamente, su fuerza la consigue con su demagogia, persuadiéndonos de que le entreguemos el poder para dirigir la sociedad.
Es la forma en que también te quitarán el palo para darle a tu enemigo. Porque cuando tengan el poder del Estado, tendrán también sus recursos.
¿Y ante esto, que puedo hacer?, te preguntarás.
La respuesta es fácil: No es preciso que te líes a palos con tu enemigo, solamente únete a tus amigos. Es, únicamente, una cuestión de fuerza, de número. Si ellos son más, ganarán ellos; pero en caso contrario, perderán.
Salvo que no te unas a tus amigos.
Un amigo
José Ignacio Sánchez Rubio