Hace casi 37 años que los políticos de la época dieron a luz nuestra actual Constitución.
En aquellos momentos, el aborto no solo estaba mal visto, además estaba proscrito. Lo digo, porque de haberse permitido, no hubiera estado mal del todo abortar este sistema constitucional que permite que cualquier zaparrastroso inicie la tarea de acabar con este país constitucional, y además la propia constitución le sostenga.
Si Ud., que lee estas líneas, ya tenía uso de razón en aquella época, estará en condiciones de compararla con esta de disparates en el que, prácticamente, todo lo contrario al sentido común está permitido.
El título, viene a cuento de que el ambiente que se respira en la calle no es nada halagüeño. Suele decirse que la cara es el espejo del alma y, a juzgar por los semblantes circunspectos que vemos a nuestro alrededor, sus almas no deben andar tampoco muy eufóricas. Y apuesten lo que Uds. quieran a que más de uno sale a contestar que el alma no existe, que eso es un invento de los curas.
Ciertamente, la confianza que era uno de los muchos valores que hemos perdido (o que han hecho desaparecer los malos), resulta fundamental para una convivencia sana y pacífica.
Y como más vale una imagen que mil palabras, les pongo un ejemplo.
Hace años, la mayor parte de las personas sentía, de forma innata, una proyección hacia la solidaridad para con los demás; si Ud. quiere llamarlo caridad, también vale aunque suena peor. Aunque me llamen carca, recuerdo viajes en tren (los trenes no eran como los de ahora), en que un pasajero abría su cesta de comida, la compartía con todos los demás y se quedaba encantado con que se la aceptaran. Y la sensación de agrado que invadía a los gorrones era inigualable.
En cambio hoy, aquello de la solidaridad se llama impuesto. Da igual sobre qué o con que motivo, pero la solidaridad se la imponen a Ud. Ya no tiene la sensación de hacer algo por los demás, porque le agrada y porque se lo dicta su conciencia. Ahora se lo dicta una ley y lo hace porque en caso contrario le sancionan.
Aquella confianza que teníamos todos, en aquella época mucho más miserable que esta, ha desaparecido. Se ha evaporado esnifada por estas generaciones de políticos y vividores que no tienen límite en su avaricia.
Y, es que yo creo, hemos cambiado la confianza en el ser humano por la crispación contra él. Ahora, el que dice ser pobre es enemigo furibundo de los que cree ricos; y el que aún no ha engrosado la lista de los pobres, mira aviesamente a aquellos que vienen a destrozar el esfuerzo de toda su vida.
Yo me pregunto Quo Vadis, ¿hacia dónde vamos?. Porque esto no tiene pinta de llegar a ningún sitio razonable.
Podemos seguir despotricando contra todo lo que se mueva, pero… ¿sirve eso para algo?.
Aquí les dejo un video un poco antiguo, pero que, a mi forma de pensar, sigue vigente.