El político

Artículo publicado en Lancelot Digital el 21 de octubre de 2.011

El político

Cada profesión tiene sus detractores y sus chascarrillos, al igual que suele ponerse un mote a sus profesionales. Detractores, en cuanto es humano pensar que si caemos en manos de un entendido, por mor de una necesidad, y nos cuesta mas la solución que el problema, la primera vez sentimos arrepentimiento de no haber seleccionado mejor al “artista”, la segunda, tal vez nos mesemos los cabellos, pero a partir de la tercera suele invadirnos una especie de inquina contra todos los que se dedican a aquella actividad.

De ahí vienen los chascarrillos como aquel de “entre albañiles te veas”, o aquel otro de “pleitos tengas y los ganes”. Y claro, lo siguiente que hace el pueblo llano es ponerles un mote a los respectivos profesionales. A los albañiles es normal llamarlos paletas, picapleitos a los abogados y a los médicos matasanos.

En estos días, de estos tiempos, otra clase de profesionales, los políticos, han venido a ocupar la mayor parte del tiempo o espacio de los medios informativos, y es habitual que constituyan el leit motiv de tertulias y sobremesas.

Y como lo de la actividad del político, convendrán Ud. conmigo que no es una aportación obligatoria a la Patria, como lo eran la mili o el servicio social, sino que se ha convertido en un lucrativo oficio, profesión o negocio, como Ud. quieran llamarlo, les propongo que entre todos intentemos encontrar a los detractores y busquemos los motes y chascarrillos que puedan caracterizar a los que dedican su tiempo a gobernarnos.

En cuanto a detractores, lo tenemos sencillo. Basta con levantar la mirada y fijarnos en cualquier persona cercana, o pulsar cualquier ambiente social, para darse cuenta de que detractores son todos los que no viven de la política de forma directa o indirecta.

Y es curioso la cantidad de similitudes que, en su hacer, existen entre los políticos y esos otros profesionales a los que me refería al principio.

Por ejemplo: Recurrimos al correspondiente profesional cuando tenemos un problema, confiando en que sabrá, podrá y querrá resolvérnoslo. Al principio, generalmente, el profesional le echa la culpa de nuestro problema a su colega que le había precedido (igual que hace el político), luego nos promete que con él no va a haber problemas (como el político), y después nos dice cuales son sus honorarios, y nos pide una provisión de fondos antes de comenzar (aquí el político se diferencia un tanto; no nos dice cuanto va a cobrar y se fija el sueldo que le peta, y si con un sueldo no le basta, se pone dos, o tres, o mas sueldos y se los cobra; para los demás no habrá dinero, pero él sí que cobra. Incluso algún caso se ha dado de que no contento con eso, le pide dinero a un empresario por adjudicarle un contrato o, simplemente, por pagarle lo que le debía un organismo al empresario). Mas tarde, vuelven a asemejarse el profesional y el político porque, a la hora de su actuación, en muchas ocasiones, el primero nos deja empantanados pero, del segundo, lo que esperamos de él que no es sino que no hunda mas al país y, como decía el inválido cuando se despeñaba por el barranco en su silla de ruedas, que nos deje como estamos, lo habitual es que haga buena una de las leyes de Murphy: Si algo está mal, es muy posible que empeore.

O sea que el político es el profesional que mas detractores tiene, con lo cual, lo que nos queda es el mote y el chascarrillo. El mote no se lo ponemos nosotros, se lo pone él, pero se adorna de un lujo protocolario que no está al alcance de los otros profesionales, así gusta de llamarse señoría, o excelencia, o ilustrísima o algun otro.

Pero es un chascarrillo popular el que, con ese gracejo que caracteriza al español, el que mejor supo resolver esta cuestión de los motes. Lo que les cuento, parece ser que le sucedió a un amigo un día que deambulaba por los alrededores del Congreso de los Diputados de Madrid.

Me decía este amigo que ese día estaba paseando por la Carrera de San Jerónimo madrileña cuando, al llegar a la altura del Palacio de las Cortes le llamó la atención un gran alboroto que provenía del interior del Congreso. Alguien, dentro, vociferaba in crescendo: Ladrón, sinvergüenza, chorizo, mequetrefe, mamarracho… y otras lindezas semejantes. Extrañado, se acercó a un ujier que se encontraba en la puerta echando un pitillo y le preguntó: ¿Que sucede ahí dentro?. Y el ujier, encogiéndose de hombros, le contestó: No pasa nada, solo están pasando lista.

José Ignacio Sanchez Rubio

Abogado y economista

ignacio@rwall.es

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