Las divisiones del Papa

Benedicto XVICuentan que a Stalin, a la sazón máximo dirigente de la Rusia de los años 40, varios de sus secretarios le transmitieron su preocupación por el poder de la Iglesia, y la influencia que esta ejercía en sus fieles rusos. ¿Y cuantas divisiones tiene el papa?, preguntó con sorna el que, sin duda, ha sido uno de los mayores perseguidores de los católicos.

Ayer, en Madrid, este que les escribe vio alguna de esas divisiones del Papa.

Resulta inenarrable lo que a mí me pareció sobrecogedor. Eran centenares de miles los jóvenes, y no tan jóvenes, que cantando y enarbolando banderas de innumerables países, recorrían las calles de Madrid.

Lo que a mí más me llamó la atención de aquellas muchedumbres fue la ilusión y la alegría que irradiaban sus rostros. Ni el cansancio, ni el aplastante calor de la canícula madrileña, entre 38 y 40 grados, ni la sed ni el agobio de tanta gente, parecían importar a aquella chiquillería. Y lo más bonito; se percibía claramente que detrás de cada uno de aquellos jóvenes había una familia unida.

En claro contraste con esa euforia, enfrentados a ellos como si de enemigos acérrimos se tratara, un par de miles de indignados acometían contra ellos en la Puerta del Sol, bajo la justificación de que los católicos no tenían por qué estar allí.

Al contrario que en estos, los rostros de los indignados rezumaban odio y sed de venganza pero, lo más descorazonador, en sus miradas y ademanes no se percibía el más mínimo asomo de ilusión. Personalmente, la sensación que yo percibí es la de una turba, más o menos descontrolada, con un denominador común: la desesperanza, la desilusión y la falta de proyecto alguno.

Al asistir de cerca a esas escenas, a uno le asalta una gran duda: ¿Estamos asistiendo a una transformación del mundo, en el que los valores quedan al margen de la sociedad?.

Si buscamos una concomitancia entre lo que les relato y lo que acontece en el Reino Unido, puede que la respuesta sea afirmativa.

La cuestión es cuál es la solución a la vida en sociedad. No parece que la de poner la otra mejilla sea la ideal, pero tampoco la del ojo por ojo parece resultar la recomendable.

A veces se me ocurre por qué no habrá dos Españas, para que cada uno viva en la que quiera y deje en paz a los demás. Yo, desde luego, me iría a vivir a la que ocuparan las divisiones del Papa. No me queda ninguna duda cual elegirían los indignados. La cuestión es que, de la misma forma, los de esa otra España en la que yo no deseo vivir, tardarían menos de lo que empleo en escribir estas líneas en ir a atizarles a los otros. Al fin y al cabo, esa parece ser su única misión en la vida.

Solo les diré una cosa más; ayer me di cuenta de que aún queda esperanza en el mundo y, por eso, sentí vergüenza ajena con los episodios de la Puerta del Sol y una gran pena por los indignados. “Perdonadlos porque no saben lo que hacen”, hubiera dicho Jesús.

José Ignacio Sánchez Rubio

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