La vida de cualquier persona, está jalonada por hitos, por acontecimientos que dejan una huella indeleble en la memoria.
Esos acontecimientos, unos buenos y otros malos, permanecen en el recuerdo de cada uno de nosotros porque son inhabituales, y también porque destacan considerablemente sobre el resto de los hechos que nos acontecen.
Y esta reflexión que me hago, ¿a qué viene?.
Pues les explico; ayer 9 de enero, inexorablemente volví a cumplir un año más, sobre los cincuenta y tantos que ya cargo a mis espaldas, que calculo que no son menos anchas que las de Calvo Sotelo, para poder soportar la cantidad de putadas que he recibido a lo largo de mi vida.
También es cierto que en todo el tiempo que llevo vivo, he recibido satisfacciones y alegrías. Pero para lo que mi alma no estaba preparada, era para recibir ayer, 9 de enero, la catarata de felicitaciones que me llegaron al IPhone; por mail, WhatsApp, Messenger o llamada directa. Tantas, que el día entero estuvo amenizado por el continuo pitido de los avisos de mensajes de felicitación por el aniversario.
Felicitación arriba, felicitación abajo, fueron más de mil doscientos los amigos que se acordaron de mi cumpleaños. Pero la cosa llega más allá; de todos los que me felicitaron, apenas conozco personalmente a más de sesenta o setenta; el resto son amigos virtuales, personas que me distinguen con su amistad sin conocerme ellos tampoco.
Entenderán mis amigos, que me fuera imposible agradecerles a todos ellos, de forma directa, su atención al felicitarme y, por eso mismo, espero que me disculparán por ello y que aceptarán como agradecimiento personal y directo, estas líneas que escribo con todo el cariño que puede destilar mi, ya viejo, corazón.
Anoche, cuando llegué a casa, eché un vistazo a mi cuenta de Facebook y me quedé sorprendido por el número de amigos que tengo en esa red, y que hasta ayer no había contado; y es que apenas restan cuatro docenas para que sean cinco mil las personas que, sin conocerme personalmente, me han convertido en su amigo.
Por todo eso, amigos míos, permitidme que colectivamente, ya que de forma individual no me resulta posible, os agradezca profundamente vuestra felicitación de ayer y, por encima de todo, que os quede eternamente reconocido por haberme permitido ser, también yo, vuestro amigo.
Y, como sois mis amigos, aquí me tenéis para todo aquello en que pueda seros útil
José Ignacio Sánchez Rubio
ignacio.sanchez@derechaliberal.es