Hace unos cuantos años, cuando un niño pedía algo que, a juicio de los mayores no se correspondía con su edad, recibía una promesa: “cuando seas padre, comerás huevos”.
Está claro que a todos los chiquillos de la época nos apetecía comerlos; los huevos, además de su valor nutritivo, resultan un manjar en cualquiera de las formas en que se prepare, sobre todo si están fritos, con su puntillita…
Pero con todo, y además de considerar que ese manjar en otro tiempo era un artículo de lujo, todos los infantes nos preguntábamos más de una vez, qué querían decirnos con esa expresión. Y más de uno lo preguntó en alguna ocasión.
Probablemente, la respuesta única era la misma: “Cuando seas mayor lo entenderás”.
Les confieso que ya soy mayor, bastante mayor (siempre confieso los mismos cincuenta y tantos) y todavía no he conseguido conocer el exacto sentido del refrán. Ni siquiera a pesar de ser padre, o tal vez sea porque no he sido un buen padre.
Pero he comido huevos, además de tener hijos (tres y fantásticos), plantar un árbol y escribir un libro y, como les digo, sigo sin saber si el dicho se refería a la responsabilidad que se adquiere con la edad, o si quería ensalzar el valor del trabajo y del ahorro, o si es que los huevos solo los han de comer los padres por aquello de que se creía aquello que se come.
La cuestión es que como hoy es el día del Padre, hace tiempo que no escribo nada aquí y muchos de mis amigos virtuales me lo han recriminado cariñosamente, me ha dado por pensar en lo mucho que ha cambiado nuestra sociedad (tengo dudas de si para mejor). Porque no creo que ya ninguno de nuestros niños esté ilusionado con ser padre para poder empujarse un buen par de huevos.
Así que, amigos míos, hoy comeré huevos.
La duda que me queda es si las chicas comerán también huevos.
Y con mis felicitaciones a todos los padres y los Pepes, aunque no lo sean, una sugerencia a todos: Intentemos recuperar las tradiciones y la familia. Eso solo nos traerá beneficios.